La pareja confirmó su unión en una ceremonia privada celebrada en Montecito, California, rodeados de familiares y amigos cercanos. El evento, descrito como una mezcla de elegancia sobria y emoción contenida, ofreció un vistazo a un romance que ha evolucionado de una colaboración profesional a una historia de amor muy mediática, pero con un aire de confidencialidad que mantuvo a raya a los grandes focos.

Para la celebración, Selena llevó un diseño atemporal que reunió sofisticación y romanticismo, acompañado de un peinado inspirado en el glamour clásico de la época dorada de Hollywood. Benny Blanco, por su parte, optó por un esmoquin clásico, formando una dupla estética que reflejaba una visión compartida de sobriedad y refinamiento. La atención a los detalles —desde el ramo de lirios del valle, símbolo de nuevos comienzos, hasta los toques discretos de joyería— subrayó la intención de una boda íntima y significativa.

Durante la recepción, ambos compartieron palabras que emocionaron a los presentes, destacando la profundidad de su conexión. En un momento destacado, Selena afirmó que “cuando Benny me mira, siento que ve mi auténtico yo, algo raro de encontrar en este mundo”. Por su parte, Benny enfatizó la importancia de la atención mutua en la vida diaria: “Cada día pregunto cómo puedo hacer mejor el día de Selena; esa dedicación también me mejora el mío”.

La lista de invitados incluyó personalidades del ámbito musical y del cine, pero la esencia de la velada estuvo en la intimidad y la autenticidad de la pareja. Desde hace años, la relación ha transitado de la colaboración profesional a una historia de complicidad y apoyo mutuo, con una boda que consolidó una visión compartida de la vida: basar la felicidad en el respeto, la admiración y la ternura cotidiana. En un entorno mediático donde la imagen a veces predomina sobre la sustancia, la ceremonia dejó en claro que lo verdadero puede brillar con mayor intensidad cuando se celebra en clave personal.