
Este lunes, el príncipe Guillermo pisó Río de Janeiro con paso firme, buena vibra y una agenda que mezcla diplomacia, conciencia ecológica y estilo latino. Lo hizo sin la compañía de Kate Middleton, dejando claro que este viaje será suyo, de retos personales y visibilidad pública, no solo de etiqueta.
Desde que salió del avión, su presencia se sintió diferente: con camisas ligeras, looks relajados y esa actitud que mezcla formalidad real con cercanía humana. Muchos medios resaltaron que en sus gestos —la sonrisa, el saludo al público— se percibía el eco de una nueva narrativa para la realeza en América Latina.
Pero el recibimiento oficial no faltó. En Sugarloaf Mountain, Guillermo fue recibido por el alcalde de Río, quien simbólicamente le entregó las llaves de la ciudad, un acto que entre líneas comunica apertura, respeto y reconocimiento local. Se trató de una bienvenida con impacto simbólico, como decir “bienvenido entre los tuyos”.

Por si eso fuera poco, el príncipe no se limitó a posar: visitó espacios naturales, se acercó a comunidades costeras, participó en plantaciones de manglares y mostró interés genuino por la relación entre ciudad, biodiversidad y futuro sostenible. Su gira tiene asiento en Brasil pero mira al planeta: durante los próximos días presidirá la ceremonia del Earthshot Prize en el icónico Museo del Mañana, donde celebrará innovaciones ambientales que buscan restaurar ecosistemas.
Este viaje funciona como un trampolín para recalcar su compromiso con la causa verde. Sin embargo, también es un recordatorio de que la monarquía británica puede —y debe— conectar con territorios lejanos no solo con presencia protocolaria, sino con acciones reales. Guillermo no vino a desfilar, vino a sumarse.