
Más allá de las tendencias y el estilo, la moda también puede ser una herramienta emocional. Diversos estudios han revelado que las mujeres que compran ropa nueva al menos una vez por semana experimentan una notable disminución en sus niveles de estrés y reportan sentirse más felices. ¿La razón? El acto de elegir una prenda, probarla y adquirirla activa circuitos cerebrales vinculados al placer, la autoestima y el bienestar.
Este fenómeno, conocido como retail therapy, ha sido respaldado por psicólogos que explican cómo las compras pueden generar una sensación de control en momentos de tensión. Al adquirir algo nuevo, especialmente si está alineado con el estilo personal, se libera dopamina —el neurotransmisor del placer— y se refuerza la percepción positiva de una misma.
Pero no se trata solo de llenar el clóset. La práctica del dopamine dressing, que consiste en vestir con colores, texturas y formas que elevan el estado de ánimo, ha ganado fuerza como estrategia consciente para mejorar el bienestar emocional. Desde un vestido vibrante que transmite energía hasta una chaqueta que empodera, cada elección puede convertirse en una afirmación personal.
La psicóloga de moda Carolyn Mair lo resume así: “La ropa que usamos influye en cómo nos sentimos, cómo nos comportamos y cómo nos relacionamos con los demás”. En otras palabras, vestirse bien no es superficial: es una forma de autocuidado.
Eso sí, los expertos advierten que el efecto positivo de las compras es temporal y debe integrarse dentro de un estilo de vida equilibrado. Cuando se convierte en una conducta compulsiva, puede generar ansiedad, culpa o problemas financieros. Por eso, recomiendan que el acto de comprar sea intencional, consciente y conectado con el bienestar integral.
En resumen, renovar el guardarropa puede ser más que una indulgencia: puede ser una forma de reconectar con la alegría, la identidad y el presente. Porque a veces, una prenda nueva no solo transforma el look… también transforma el día.