
Britney Spears volvió a ocupar los titulares tras publicar un mensaje en redes sociales donde afirma que sufrió “daño cerebral” como consecuencia directa de los años en los que vivió bajo tutela legal. La cantante, de 43 años, describió su experiencia como un proceso traumático que afectó no solo su libertad, sino también su percepción de sí misma.
“Pasé cuatro meses sin poder moverme, ni bailar, ni tener control sobre mi cuerpo. La lógica y la conciencia de mi ser fueron destruidas”, expresó la intérprete de Toxic en un texto que rápidamente se volvió viral. Spears afirmó que los tratamientos y restricciones impuestas durante su tutela fueron tan severos que le dejaron secuelas mentales y emocionales permanentes.

Su publicación llega pocos días después del lanzamiento del libro de su exesposo, Kevin Federline, quien también aborda su matrimonio y los años en los que Britney vivió bajo supervisión. Este hecho ha reavivado el debate en torno al impacto que tuvo la tutela en su salud mental y en su vida privada, especialmente después de que, en 2021, un juez decidiera ponerle fin tras 13 años de control.
Durante ese periodo, Spears no podía administrar su dinero, tomar decisiones médicas ni decidir aspectos básicos de su rutina diaria. Diversos expertos en derechos humanos y salud mental han señalado que este tipo de tutelas pueden generar consecuencias psicológicas comparables al estrés postraumático, especialmente en personas que ya enfrentan altos niveles de exposición mediática.
La cantante, sin embargo, también expresó que ha intentado sanar y seguir adelante. “Estoy agradecida de estar viva, pero todavía siento las secuelas. No conté todo en mi libro porque hay heridas que siguen abiertas”, confesó.

Analistas coinciden en que las palabras de Britney podrían tener repercusiones importantes no solo en la percepción pública sobre su historia, sino también en cómo se legislan y supervisan las tutelas legales en Estados Unidos, particularmente en casos de celebridades.
Su historia, más allá de la fama, sigue siendo una advertencia sobre los peligros de despojar a una persona de su autonomía y los límites éticos del control institucional. Britney Spears, una vez más, se convierte en la voz de quienes fueron silenciados.