
Kim Kardashian compartió recientemente una revelación curiosa sobre su infancia: cuando tenía ocho años, vivía cerca de Madonna y solía pasear su perro. A cambio de ese servicio, en lugar de recibir dinero, la ‘Celeb’ recibió un pago poco usual: una caja llena de pulseras de goma fluorescentes.
La historia fue contada por Kim durante una entrevista, donde explicó que ella y su hermana Kourtney se ofrecían voluntarias para pasear al perro de Madonna después de clase. “Ella estaba saliendo de su fase de neón de los años ochenta —dijo—. Así que un día bajó, nos entregó una caja de pulseras y nos dijo: ‘Gracias’”. Al día siguiente, los compañeros de escuela de Kim se le acercaban preguntando de dónde había sacado ese accesorio tan llamativo.

Este episodio pone de manifiesto dos cosas: primero, cómo las relaciones tempranas con figuras públicas pueden dejar huellas insospechadas; segundo, cómo la retribución puede tomar formas no convencionales en un ambiente privilegiado. Kim comentó que nunca entendió bien por qué regaló las pulseras —“realmente las regalé”– y bromeó sobre ello.
Desde un punto de vista sociocultural, esta anécdota revela cómo la infancia de las celebridades puede estar marcada por tareas tan cotidianas como pasear un perro, pero que ocurren en contextos extraordinarios. Para Madonna, fue un gesto ligero; para Kim, un capítulo curioso en su camino hacia el estrellato. Y para el público, un recordatorio de que los inicios de muchos comienzan en los rincones menos glamorosos… aunque quizá el pago sea una caja de pulseras y un recuerdo inolvidable.